Sucre intentó la solución pacífica, porque no quería un derramamiento de sangre entre antiguos compañeros de armas. No obstante, el choque se hizo inevitable. Y los poderosos batallones conducidos por La Mar y Gamarra fueron desbaratados por la energía y la estrategia de Sucre y sus escuadras al mando de valerosos oficiales como Flores, O’Leary o Camacaro.
La victoria armada en el portete de Tarqui, seguida por la magnanimidad de Sucre al suspender la persecución del derrotado invasor absteniéndose de imponerle condiciones lesivas a su dignidad según el convenio de Girón pudo marcar el inicio de una historia diferente para la Gran Colombia y por tanto los de su sucesor la República del Ecuador.
La victoria alcanzada en Tarqui por nuestras tropas, comandadas por el gran mariscal de Ayacucho, estratega genial en las batallas, no hubiera sido posible sin ese espíritu de unidad de las tropas bajo su mando; de toda la fuerza moral, emocional y espiritual que hacía falta para enfrentar a un ejército que les doblaba en número.
Nuestro ejercito es heredero de una gran historia que trascendió en el alto Cenepa en 1995 cuando con valor nos entregamos a la defensa de la soberanía nacional. Hoy los héroes caídos permanecen en vigilia, salvaguardando desde la eternidad las fronteras, pues su sacrificio no ha sido en vano, sino ejemplo de valor y entrega.